martes, 20 de octubre de 2015

Reflexionando sobre la evaluación

Siempre he pensado que la evaluación es la parte más compleja de nuestro trabajo y por ello he reflexionado mucho sobre este proceso. Ahora bien, no hemos sido formados para evaluar mas que contenidos y, en particular, en mi materia, Historia, aún más. Pero los tiempos han evolucionado y hemos incorporado los documentos históricos en el proceso de aprendizaje y enseñanza, adquiriendo la práctica evaluadora un matiz procedimental. Ya es un logro, pero no está todo hecho ni mucho menos.
He de reconocer que mis prácticas sobre la evaluación son bastante tradicionales aunque he ido incorporando nuevas estrategias. Sin embargo, suelo hacer aún un excesivo uso de las pruebas escritas. Esto es así porque creo que la administración marca excesivamente el margen de trabajo, a pesar de que se hable de innovación y de autonomía de los centros educativos. Cuando trabajamos en un departamento que está compuesto por muchos miembros, cada profesor o profesora tiene su estilo de enseñanza al que se puede asimilar un estilo de evaluación y, aunque las programaciones didácticas deben ser documentos consensuados, es muy difícil lograr un acuerdo en el que se incorporen todo tipo de prácticas de evaluación en un único documento. Es cierto que estas programaciones se concretan con la programación de aula pero considero que hay poco espacio que dé cabida a otra forma de evaluar.
Es en los últimos años cuando verdaderamente he conocido otras formas de evaluar debido al desarrollo de las competencias básicas, ahora llamadas clave, he ido introduciendo nuevas estrategias de evaluación, por ejemplo, al incorporar el trabajo colaborativo, he evaluado la organización del grupo y el producto que debían desarrollar, incluyendo la autoevaluación. También he propuesto en alguna ocasión la evaluación entre pares (co-evaluación). La experiencia ha sido gratificante pero he de señalar que estos procesos, si no están muy bien planificados y programados, no son 100% efectivos en cuanto a la información que se obtiene de la estrategia evaluadora y a la gestión de la misma.
Considero que estas estrategias evaluadoras corresponden con otra forma de aprender y de enseñar. Y que no basta con introducirlas en la práctica educativa sino cambiamos de raíz la misma esencia de nuestro trabajo. Es, pues, hora de abandonar los contenidos y centrarnos en las competencias, de una forma transversal y, sinceramente, el sistema, de nuevo, pone excesivas cortapisas.
En este sentido, cuando leo que debemos abandonar los libros, en algunas ocasiones he leído “de texto”, lo cual me ha tranquilizado un poco, entiendo que se quiere estar diciendo que hemos de abandonar el examen, ese es el verdadero problema. ¿Qué debemos enseñar y para qué? En función de la respuesta que demos a estas preguntas hemos de desarrollar estrategias evaluadoras. Si optamos porque el aprendizaje pueda utilizarse en otros ámbitos de la vida de la persona, a lo largo de toda su vida, está claro que los contenidos, actualmente, pasan a un plano secundario. Y consecuentemente, se planteará el cómo, cómo enseñar y evaluar.
Una de las cuestiones que se plantean en este ejercicio de introspección, yo diría “introspección hacia el exterior”, es si estamos satisfechos con nuestras estrategias de evaluación. La respuesta es bien simple, no, por eso estoy formándome, así de sencillo. Me gustaría que el proceso evaluador fuese objetivo, transparente y formativo.
Respecto a mi centro, son los docentes los que evalúan exclusivamente; en la evaluación formal, diría que casi al 100% es el profesorado el que evalúa aunque conozco casos en los que el alumnado se autoevalúa en algún momento del curso, nunca como una práctica continuada. Lo mismo podríamos decir de lo que se evalúa, básicamente los contenidos. Una práctica bastante extendida es evaluar al finalizar la unidad, con lo que el alumnado suele acumular semanas completas de evaluación con pruebas escritas. Esto suele convertirse en un auténtico calvario para el alumnado al finalizar los trimestres pues suelen acumularse hasta dos pruebas escritas el mismo día, un día tras otro.
Por otra parte, salvo en las materias de contenidos lingüísticos, el uso de los exámenes orales está poco extendido. No digo que no se realicen, pues yo mismo intento incorporar este tipo de pruebas, sino que no son de uso generalizado. Rúbricas, portafolios u otros mecanismos son excepciones en el modelo evaluador de mi centro.


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