Siempre
he pensado que la evaluación es la parte más compleja de nuestro trabajo y por
ello he reflexionado mucho sobre este proceso. Ahora bien, no hemos sido
formados para evaluar mas que contenidos y, en particular, en mi materia, Historia,
aún más. Pero los tiempos han evolucionado y hemos incorporado los documentos
históricos en el proceso de aprendizaje y enseñanza, adquiriendo la práctica
evaluadora un matiz procedimental. Ya es un logro, pero no está todo hecho ni
mucho menos.
He
de reconocer que mis prácticas sobre la evaluación son bastante tradicionales
aunque he ido incorporando nuevas estrategias. Sin embargo, suelo hacer aún un
excesivo uso de las pruebas escritas. Esto es así porque creo que la
administración marca excesivamente el margen de trabajo, a pesar de que se
hable de innovación y de autonomía de los centros educativos. Cuando trabajamos
en un departamento que está compuesto por muchos miembros, cada profesor o
profesora tiene su estilo de enseñanza al que se puede asimilar un estilo de
evaluación y, aunque las programaciones didácticas deben ser documentos
consensuados, es muy difícil lograr un acuerdo en el que se incorporen todo tipo
de prácticas de evaluación en un único documento. Es cierto que estas
programaciones se concretan con la programación de aula pero considero que hay
poco espacio que dé cabida a otra forma de evaluar.
Es
en los últimos años cuando verdaderamente he conocido otras formas de evaluar
debido al desarrollo de las competencias básicas, ahora llamadas clave, he ido
introduciendo nuevas estrategias de evaluación, por ejemplo, al incorporar el
trabajo colaborativo, he evaluado la organización del grupo y el producto que
debían desarrollar, incluyendo la autoevaluación. También he propuesto en
alguna ocasión la evaluación entre pares (co-evaluación). La experiencia ha
sido gratificante pero he de señalar que estos procesos, si no están muy bien
planificados y programados, no son 100% efectivos en cuanto a la información que
se obtiene de la estrategia evaluadora y a la gestión de la misma.
Considero
que estas estrategias evaluadoras corresponden con otra forma de aprender y de
enseñar. Y que no basta con introducirlas en la práctica educativa sino
cambiamos de raíz la misma esencia de nuestro trabajo. Es, pues, hora de
abandonar los contenidos y centrarnos en las competencias, de una forma
transversal y, sinceramente, el sistema, de nuevo, pone excesivas cortapisas.
En
este sentido, cuando leo que debemos abandonar los libros, en algunas ocasiones
he leído “de texto”, lo cual me ha tranquilizado un poco, entiendo que se
quiere estar diciendo que hemos de abandonar el examen, ese es el verdadero
problema. ¿Qué debemos enseñar y para qué? En función de la respuesta que demos
a estas preguntas hemos de desarrollar estrategias evaluadoras. Si optamos
porque el aprendizaje pueda utilizarse en otros ámbitos de la vida de la
persona, a lo largo de toda su vida, está claro que los contenidos,
actualmente, pasan a un plano secundario. Y consecuentemente, se planteará el
cómo, cómo enseñar y evaluar.
Una
de las cuestiones que se plantean en este ejercicio de introspección, yo diría “introspección
hacia el exterior”, es si estamos satisfechos con nuestras estrategias de
evaluación. La respuesta es bien simple, no, por eso estoy formándome, así de
sencillo. Me gustaría que el proceso evaluador fuese objetivo,
transparente y formativo.
Respecto
a mi centro, son los docentes los que evalúan exclusivamente; en la evaluación
formal, diría que casi al 100% es el profesorado el que evalúa aunque conozco
casos en los que el alumnado se autoevalúa en algún momento del curso, nunca como
una práctica continuada. Lo mismo podríamos decir de lo que se evalúa,
básicamente los contenidos. Una práctica bastante extendida es evaluar al
finalizar la unidad, con lo que el alumnado suele acumular semanas completas de
evaluación con pruebas escritas. Esto suele convertirse en un auténtico
calvario para el alumnado al finalizar los trimestres pues suelen acumularse
hasta dos pruebas escritas el mismo día, un día tras otro.
Por
otra parte, salvo en las materias de contenidos lingüísticos, el uso de los
exámenes orales está poco extendido. No digo que no se realicen, pues yo mismo
intento incorporar este tipo de pruebas, sino que no son de uso generalizado.
Rúbricas, portafolios u otros mecanismos son excepciones en el modelo evaluador
de mi centro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario